Por Oscar García
Hace un tiempo, en ocasión del día de la Virgen de Guadalupe, se celebraba en la ciudad de Sucre una procesión que daría lugar luego a una entrada folclórica que ocasionaría después, horas después, una ingesta de bebidas espirituosas dignas del diluvio universal. Y después, en un ritual solitario, las gentes desperdigadas cantarían alabanza y dolorosas canciones de desasosiego confundidas entre el sopor y el olvido. En ésa ocasión el compositor Rodolfo Laruta conversó con un colega sobre varios aspectos de la vida y de la obra como proceso. Se sabe que la primera conversación tuvo como tema la preocupación de Heidegger sobre la permanencia en la provincia. El tema en cuestión toco el alma de Rodolfo puesto que la posición del filósofo desde la montaña de abetos enhiestos en Friburgo no coincidía en absoluto con la proyección de Laruta a mundos allende los bosques, poblados de montañas y sequedad, de aerófonos sempiternos y de pequeños seres envueltos en chalina a pesar del sol incandescente. A Heidegger la provincia lo protegía de las dudosas posturas de ciudadanos para quienes el campo, y sus habitantes se convertían en un demagógico y falso culto al concepto de lo popular. Rodolfo Laruta, mirando duramente un vaso de chuchuhuasi servido a su salud y en frente de su recia arrugadura de frente, no pudo si no arriesgar argumentaciones para consolidar un posicionamiento en el nuevo mundo y en sus nuevas posibilidades sonoras. Finalmente, ni Heidegger ni el anillo de los nibelungos impediría que su alma, tan emprendedora como apasionada, llegue a descifrar casi todos los decires musicales de las ciudades nuevas y las nuevas voces. Por eso, Rodolfo como compositor y como emprendedor, conforma una agrupación sonora, bronceada, llena de talentos y de buenas voluntades, de puntuales y de tardones, de batalladoras voces y de iluminadas lucecitas. Rodolfo Laruta observa, corre, arregla, hace citas, ensaya, apuesta a técnicas innovadoras, lleva las voces desde las cuartas paralelas hasta las puertas de la Pérez, y resuena en aulas y en salas y en el frío.
La segunda conversación se trató de pura banalidad. Del corte de cabello de Gina Lolobrígida, del dolor de costilla del doctor Sócrates y cosas así.
La tercera, como es la vencida, trató sobre la producción del presente trabajo. Arduo, planteado a sonar en vivo por la conformación del grupo, por la sonoridad del espacio, por las dinámicas y más. Y así fue salvo pequeños detalles.
Rodolfo y la Sonora se dan más impulso, van por buen camino, dentro y fuera de la provincia, en papel pentagramado y en servilletas aisladas. Van de la mano de varias manos, unas abiertas, otras secretas, así van en calles desconocidas para su sangre pero inauguran otra sangre y sonidos nuevos.